Reportaje DB: El terrorismo en el fútbol

El mundo del deporte no es ajeno al terrorismo. Ya son varias las ocasiones en las que se han visto afectados equipos, competiciones y jugadores por atentados motivados por religión o política

Viernes 13 de noviembre. Supersticiones al margen, Francia y Alemania ofrecían uno de los platos fuertes de la jornada de selecciones. Saint Denis a rebosar para presenciar a les bleus frente a la vigente campeona mundial. Evra recibe en banda una apertura del central y de pronto se escucha una potente detonación. Salvando a Müller, que continúa con la presión, los propios jugadores se sienten conscientes y todo se ralentiza, incluyendo al patrio equipo arbitral (Mateu Lahoz , sus asistentes y Clos Gómez como cuarto árbitro).

 

Una barbarie se había iniciado ya en París. Unas 160 personas perdieron la vida en los seis atentados simultáneos llevados a cabos por varios yihadistas en la capital gala. Cuatro de las víctimas en Saint Denis, debido a las explosiones, y varias decenas de heridos. Por número de gente en el estadio podría haber sido muchísimo peor. La imagen del público aterrado sobre el césped del estadio de la selección del gallo es impactante. Incluso en el escenario más grotesco de esta macabra acción terrorista, la discoteca parisina donde fallecieron alrededor de 100 personas, el fútbol se vio afectado directamente, al igual que el resto de la humanidad. La hermana de la estrella rojiblanca Antoine Griezmann pudo salir de la discoteca instantes antes de que fuese asaltada por los islamistas.

 

No es este el lugar ni el texto para indagar sobre causas, consecuencias y menos aún sobre decisiones políticas tomadas y por tomar tras esta barbaridad. Lo que sí es necesario es lamentar, una vez más, que haya gente que esté dispuesta a coger armas por motivos religiosos o políticos y acabar con la vida de inocentes. Ya sea en una discoteca, en un campo de fútbol o en el centro de cualquier avenida. Los actos de París son tan deleznables como peligrosos. No son los primeros y con el rumbo que ha tomado la humanidad (espero equivocarme) no serán los últimos.

 

El mundo del deporte no es ajeno al terrorismo ni mucho menos. Ya son varias las ocasiones en las que se han visto afectados equipos, competiciones y jugadores por atentados motivados por cuestiones religiosas o políticas. Reciente es el caso de la selección de Togo, que en plena Copa de África de 2010 sufrió un asalto a su autobús por un grupúsculo angoleño de rebeldes. La selección de Adebayor vio como ametrallaban su autobús y morían dos personas pertenecientes a la expedición togolesa.

 

Ese mismo año, aunque con menos repercusión (ya sea por producirse en Irak, por la manipulada agenda mediática o por la razón que sea…) la friolera de 25 personas fallecieron en la ciudad de Tel Afar cuando un hombre reventó su coche cargado de explosivos dentro del estadio.

 

La propia banda terrorista ETA tuvo su protagonismo en algún atentado contra el fútbol. Un desalojo del Bernabéu en un encuentro frente a la Real Sociedad por un aviso de bomba que resultó ser falso atemorizó España. Sí fue verdadera una explosión con 17 heridos leves alrededor del estadio blanco horas antes de un Madrid-Barça de semifinales de Champions.

 

También por motivos políticos el ya desaparecido y semi-politizado IRA estalló un camión con explosivos en Manchester durante la Eurocopa de 1996. Fueron heridos 206 individuos que poco tenían que ver con las decisiones referentes a tal conflicto político.

 

Al margen del fútbol, hay varios horrores históricos igual de condenables. La maratón de Boston de 2013, donde dos chechenos acabaron con la vida de tres personas e hirieron a más de 200, se recuerda aún con espanto.

 

Otro caso es el del prestigioso Rally París-Dakar. Tradicional evento navideño que atravesaba gran parte de África sobre vehículos de dos y cuatro ruedas, con motos, coches y camiones y gracias a las manos de ilustres como Carlos Sainz, Marc Coma, Petterhansel o Despres, tuvo que irse a Sudamérica en 2008. Las constantes amenazas de grupos como Al Qaeda supusieron un riesgo inasumible por los organizadores.

 

Tampoco se irá de la memoria de la humanidad la barbarie de los JJ.OO. de Múnich en 1972. Unos terroristas palestinos aprovecharon un evento deportivo de tamaña magnitud y que nada tiene que ver con confrontaciones políticas para cobrarse la vida de dos personas israelís y retener a otras nueve.

 

Tremendamente lamentable es tener que padecer barbaries como el 11-S, el 11-M o los atentados de ayer en seis puntos distintos de París. Por encima de todo está la vida humana, más allá de fanatismos religiosos, presiones y abusos políticos o relaciones diplomáticas envenenadas por intereses económicos. La pena es aún mayor cuando una salvajada como la vivida en Francia afecta además al fútbol, al mundo del deporte en general. Algo que no deja de ser una potentísima herramienta para hermanar culturas, países y continentes. Un deporte, comercializado, pero un deporte que debería buscar alejarse aún más de lo que ya está de cuestiones políticas. Ojalá que el próximo estallido de Saint Denis resuene con fuerza por un gol de Griezmann o de Benzema y no por una detonación producida por el odio y la ignorancia. Ojalá que las siguientes bombas sean, metafóricamente hablando, potentes y lejanos disparos de Pogba. Ojalá que las próximas caras de asombro de los jugadores en el túnel sean por un resultado sorprendente y que la próxima invasión de campo sea movida por la felicidad de una gran victoria y no empujada por el pánico de fanatismos que no conducen a nada.

 

Iñigo Esteban, Bilbao