Los hijos de Charlene y el Príncipe Alberto fueron in vitro
La relación de los Príncipes de Mónaco es una mentira
Detrás de los balcones de palacio, la historia de Charlene y Alberto de Mónaco nunca ha sido un cuento de hadas. Desde aquella boda llena de silencios incómodos y lágrimas contenidas, lo que parecía la unión de una nadadora olímpica con un príncipe se convirtió en un acuerdo de conveniencia para asegurar la continuidad de la dinastía Grimaldi.
En este sentido, los rumores de huida antes de la boda no eran un simple cotilleo. Charlene, con su carácter firme y una vida marcada por la disciplina, estuvo a punto de dejarlo todo antes de sellar un matrimonio que, según confirman fuentes cercanas, jamás se vivió como tal. Los mellizos, Jacques y Gabriella, llegaron al mundo mediante fecundación in vitro tras un aborto que sumió a la princesa en su momento más oscuro, un episodio que su prima, Christa Mayrhofer-Dukor, habría revelado sin rodeos.
La realidad es que no existe un hogar compartido en Mónaco. La pareja nunca durmió en la misma habitación como cualquier matrimonio y las prolongadas ausencias de Charlene, refugiada durante meses en Sudáfrica, son prueba de ello. Mientras tanto, su vínculo con un magnate ruso con quien se la ha relacionado, suena con fuerza en los pasillos de palacio, alimentando la teoría de que Charlene construyó su libertad sentimental lejos de la Riviera.
El Prínicpe Alberto bajo el escrutinio constante
De este modo, Alberto tampoco ha escapado de las miradas. Las fotografías abrazado a drag queens en Suecia y los rumores sobre su orientación han flotado en el ambiente incluso después de reconocer a sus hijos extramatrimoniales. La estrategia de mostrar relaciones con mujeres antes de casarse con Charlene solo sirvió para intentar silenciar una narrativa que aún hoy permanece viva en la prensa internacional.
Y es que lo que mantienen no es un matrimonio al uso, sino un contrato sin fecha de caducidad clara, donde cada uno vive bajo sus propias normas mientras la foto de familia feliz se mantiene por el bien del principado. Charlene garantiza la continuidad de la familia Grimaldi y Alberto preserva la estabilidad institucional, aunque detrás de las cámaras ambos sigan caminos separados.
Así pues, el Principado de Mónaco proyecta lujo, pero guarda secretos que ni el mármol del palacio puede tapar. Lo de Charlene y Alberto nunca fue amor: fue la firma de un pacto que aseguraba la sucesión, la fachada de estabilidad y la tranquilidad de un trono que no puede permitirse grietas, aunque debajo de la corona solo queden dos vidas que nunca lograron cruzarse de verdad.