La tía Pecu, Irene de Grecia, abandonada por la infanta Sofía, Leonor y Letizia

La discreta hermana de la reina Sofía atraviesa sus días lejos de los focos y del calor familiar

En una de las alas más discretas del Palacio de la Zarzuela vive casi en el olvido Irene de Grecia, la hermana pequeña de la reina Sofía. Para los suyos siempre fue “la tía Pecu”, un apodo cariñoso que hoy suena como un recuerdo de otros tiempos. Durante décadas formó parte del día a día de la familia real española. Estaba presente en celebraciones, en confidencias, en la vida doméstica de la corte. Ahora, su nombre apenas se menciona y su figura ha quedado reducida a un susurro del pasado.

Su salud se ha deteriorado en los últimos años. Apenas puede caminar y necesita ayuda constante. Sin embargo, pese a vivir dentro de los mismos muros que la familia, nadie la visita. No hay paseos, no hay gestos de afecto, no hay interés. Letizia, la princesa Leonor y la infanta Sofía no han pasado por su habitación en los últimos meses, según confirman fuentes cercanas a Zarzuela. La indiferencia pesa más que el protocolo.

Leonor, cuando regresa de sus estudios, se limita a encuentros puntuales con su abuela. Irene no está en esa agenda. La infanta Sofía tampoco se detiene en su cuarto. El vínculo con la rama griega de la familia parece haberse disuelto sin explicación, dejando a la tía Pecu fuera de cualquier afecto visible.

Sofía, la única que no la abandona

La reina emérita es la única que permanece a su lado. Sofía ha renunciado incluso a su tradicional verano en Marivent para quedarse en Madrid, cuidando de su hermana. No se trata ya de apariencias públicas ni de fotografías de familia. Es un gesto íntimo, silencioso, nacido de la lealtad de toda una vida compartida.

Quienes la conocen cuentan que Irene, en ocasiones, ya no recuerda los nombres. Pero sí reconoce presencias. Por eso la compañía de Sofía es tan valiosa. Es un sostén en medio de la desmemoria, un recordatorio de que no todo se ha perdido.

No hay peleas ni conflictos abiertos. No hay discusiones ni reproches. Solo ausencia. Una ausencia fría, que duele tanto como una ruptura. Irene de Grecia, testigo discreto de décadas de historia, ve cómo el tiempo avanza mientras las nuevas generaciones construyen su camino sin mirar atrás. Su vida se apaga entre silencios, y con ella también una parte de la memoria más íntima de la familia real.