La reina Sofía, otro palo: su hermana se muere y su gran amiga está muy enferma

El estado de ánimo de la reina Sofía está bajo mínimos

La reina Sofía atraviesa un momento de profunda soledad emocional, marcado por la pérdida silenciosa de quienes fueron sus pilares de vida. Con el paso de los años, lo que antes era una red sólida de afectos se ha ido deshilachando. Su hermano Constantino de Grecia, su inseparable compañera Irene, y su querida prima Tatiana Radziwill ya no están —o no están como solían estar—. Y esa ausencia pesa más que cualquier protocolo.

Desde Zarzuela reconocen que la reina emérita vive con el alma encogida. Le cuesta dormir, le cuesta sonreír. A sus casi 87 años, el dolor no es solo físico: es una melancolía acumulada, un silencio que invade sus días. Irene de Grecia, la hermana que ha compartido con ella más de medio siglo bajo el mismo techo, padece un Alzheimer devastador. Ya no camina, apenas traga, y ha olvidado los rostros más queridos. Sofía la cuida, la observa… y llora en privado esa despedida lenta e inevitable.
La muerte de Constantino, su hermano menor, fue otro golpe. Aunque ya no vivían en el mismo país, mantenían un vínculo que iba más allá de lo fraternal. En él encontraba complicidad, afecto sin juicio. Se apoyaron mutuamente frente a las humillaciones públicas, los silencios matrimoniales y las sombras de la Corona. Y hoy, Sofía mira al vacío de esa pérdida sin encontrar consuelo.

Nada alivia el dolor de la reina Sofía

Ni siquiera Mallorca, su refugio estival, es ya un alivio. Marivent ha perdido su calor familiar. Los veranos ruidosos han dado paso a días grises. Este año, tal vez ni siquiera reciba a Tatiana Radziwill, la prima que siempre traía consigo risas y recuerdos de infancia. Tras un ictus, su movilidad es muy limitada. Está viva, sí, pero cada vez más lejos.

Y es que la reina Sofía nunca fue una mujer de muchos, sino de pocos. De vínculos profundos, discretos, incondicionales. Pero esos pocos, hoy, se apagan lentamente. Y con ellos, también se apaga parte de ella.

Así pues, la emérita camina por un presente silencioso, sostenida apenas por la memoria de lo que fue su auténtica familia: esa que ahora la deja, poco a poco, completamente sola.