Juan Carlos I trata a su hijo, Felipe VI, con absoluto desprecio
La tensión entre padre e hijo marca un nuevo capítulo en la historia de la monarquía española
La relación entre Juan Carlos I y su hijo, el rey Felipe VI, está rota. Pero no solo eso: lo que hay es un profundo desprecio. Una grieta familiar que ya nadie en Zarzuela intenta ocultar.
El desprecio del padre al hijo
Desde Abu Dabi, donde reside desde 2020, el emérito ha lanzado señales claras. No piensa retirar la demanda contra su examante, Corinna Larsen. Y lo hace, según fuentes cercanas, como un gesto deliberado. Un aviso a su hijo. Una especie de castigo simbólico por haberse distanciado de él.
Juan Carlos considera que Felipe no le apoyó cuando estallaron los escándalos financieros. Le dio la espalda públicamente. No solo eso: lo ve como el responsable de su “exilio”. Así lo habría dicho él mismo en círculos privados: "Me ha dejado tirado como a un perro".
No hay perdón, solo resentimiento
La decisión de no dar marcha atrás en el proceso judicial es más que tozudez. Es, según allegados, una forma de reafirmarse. De dejar claro que no acepta el papel al que ha sido relegado. Felipe VI, al no haberle defendido, ha perdido para siempre el favor de su padre.
Algunos excolaboradores de la Casa Real recuerdan con amargura cómo hablaba Juan Carlos de su hijo cuando aún compartían Zarzuela. Lo consideraba “blando”, demasiado cercano a su madre, la reina Sofía. “Era el mimado de mamá”, decían que repetía con desdén. Nunca sintió afinidad ni complicidad con él. Siempre lo vio distinto, y quizás por eso nunca lo soportó del todo.
Una guerra silenciosa, pero evidente
Aunque la Casa Real guarda silencio, las señales están ahí. Felipe VI ha intentado marcar distancia con el pasado. Transparencia, ejemplaridad, renovación. Todo lo que su padre representa hoy, es justo lo contrario.
El emérito, en cambio, parece querer recordarle quién fue. Quiere mostrar que aún tiene poder para incomodar, para hacer ruido. No se trata solo de Corinna, ni de una demanda. Se trata de una herida profunda entre padre e hijo. Una herida que sigue abierta y que, por ahora, nadie parece querer cerrar. Este no es solo un conflicto familiar. Es un drama institucional. Y sus consecuencias aún están por escribirse.