Juan Carlos I: “No quiero dar más guerra”, pero pide dos casas
El rey emérito busca su lugar junto al mar, entre recuerdos y silencios
Por algún rincón de Sanxenxo sigue navegando la sombra de Juan Carlos I. Ya no gobierna, quizá nunca lo hizo de verdad, pero aún busca el aplauso de las olas y el murmullo de los recuerdos. Con 87 años, la espalda algo vencida y el corazón lleno de nostalgia, regresó el 10 de julio a su refugio gallego, donde todavía lo reciben como rey.
Desde su exilio en Abu Dabi en agosto de 2020, Juan Carlos ha encontrado en las regatas atlánticas un pequeño escenario. Allí representa su última obra: la de un monarca que se niega a que caiga del todo el telón. Llegó desde Logroño, con discreción, y a pie de pista lo esperaba su amigo y anfitrión, Pedro Campos. Empresario, regatista y pieza clave de su historia, Campos abrió las puertas de su casa para que el rey descansara junto a la playa de Nanín, con vistas a la ría que parece inclinarse en respeto.
En Sanxenxo se mueve como en casa. Asiste a regatas, comparte recuerdos y revive gestas deportivas sobre el Bribón. Lo acompaña su hija Elena, la primogénita que siempre estuvo a su lado, y a veces sus nietos. Aquí no hay actos oficiales ni aplausos protocolarios. Solo un hombre que busca respirar entre la brisa marina y la memoria de tiempos mejores.
Dos casas, un deseo
Según cuentan sus allegados, Juan Carlos sueña con tener su propio refugio. No uno, sino dos: uno en Galicia y quizá otro en Portugal. Lo dice con discreción: “No quiero dar más guerra a Pedro”. Cada visita implica logística, discreción y, sobre todo, una lectura política que prefiere evitar. No busca volver al palacio ni recibir asignación pública. Su vida sigue en Abu Dabi, donde se mantiene rodeado de sus hijas, nietos y amigos leales.
El rey emérito celebra allí sus cumpleaños y planea, en secreto, su retiro definitivo en una casa al norte del Miño, donde terminar su viaje como un hombre que fue rey, pero que ahora solo desea escuchar el viento y las olas. Mientras tanto, Sanxenxo sigue siendo su corte improvisada: amigos, regatistas y vecinos que lo saludan como si el pasado no hubiera pasado. Y él, entre la nostalgia y la mar, sigue cabalgando la última ola de su historia.