Irene de Grecia, la tía Pecu, abandonada por Leonor y la infanta Sofía, no la visitan
A pesar de su mala salud, Leonor y Sofía ni se molestan en visitarla
En Zarzuela hay silencios que pesan más que cualquier palabra. Entre esos muros, donde la historia reciente de España se ha escrito a golpe de protocolo, vive olvidada Irene de Grecia, la inseparable hermana de la reina Sofía, conocida con cariño en familia como la tía Pecu. Fue presencia constante en la vida de los Borbón. Siempre discreta, siempre fiel. Hoy, apenas queda rastro de ella.
La realidad es cruel. A sus 82 años, Irene apenas se mueve sin ayuda. Su memoria se apaga a ratos y su mundo se reduce a una habitación apartada. Y es ahí donde la indiferencia duele más: la nueva generación de la familia real no la visita. Ni Leonor, ni la infanta Sofía han pasado a verla en los últimos meses. El personal de Zarzuela lo confirma en voz baja: “No vienen nunca”.
Lo tienen todo para acompañar a la tía Pecu
Y es que resulta difícil de entender. Irene no está lejos, no vive en otro país ni en un rincón inaccesible. Está en la misma casa en la que los Borbón se refugian del ruido exterior. Pero para las nietas del rey emérito, su presencia parece invisible. Leonor, cuando vuelve de su formación militar, apenas se limita a ver a su abuela. La tía Pecu no entra en la agenda. Sofía, por su parte, ni siquiera se acerca.
La única que resiste a ese abandono es Sofía, su hermana. La reina emérita ha sacrificado este verano cualquier plan de descanso. Renunció a viajes, a escapadas y a la vida social. Su lugar ha estado siempre al lado de Irene, acompañando sus silencios, sujetándole la mano, recordándole quién es aunque la memoria falle. No hay flashes ni sonrisas públicas, solo la fidelidad de una hermana que no se rinde.
Así pues, la historia de Irene de Grecia no es la de una princesa rodeada de honores, sino la de una mujer que se apaga en soledad. Una vida entregada a la familia, al exilio, a la discreción… y ahora, al olvido. La nueva generación de la Corona avanza sin mirar atrás, dejando a la tía Pecu como un eco apagado de otro tiempo. Y ese eco, cada día más débil, duele más que cualquier reproche.