En el Palacio de la Zarzuela vuelve a sentirse un ambiente denso, casi eléctrico. No se trata de debates institucionales ni de agendas políticas; esta vez, el conflicto nace dentro de la propia familia. Felipe VI y Juan Carlos I protagonizan un nuevo choque, marcado por la figura de Laurence Debray, escritora y biógrafa del rey emérito.
El padre del actual monarca, cansado de un exilio que se le hace cada vez más pesado, ha encontrado en Debray un espacio de compañía y escucha. Ella prepara un nuevo libro, más personal y profundo que el anterior, una obra que promete levantar ampollas y que, antes de publicarse, ya ha provocado un terremoto interno.
Felipe VI ha intentado contener la situación en varias ocasiones. Ha pedido prudencia a sus hermanas, ha advertido a quienes rodean a su padre y ha tratado de evitar nuevas polémicas que puedan empañar la imagen de la institución. Cada movimiento del emérito, visitas inesperadas, gestos desafiantes o declaraciones indirectas, parece un intento de presionar para volver a España. Pero en Palacio la paciencia es limitada, y cada paso en falso aleja aún más esa posibilidad.
El descubrimiento de que Debray ultimaba unas memorias sin su conocimiento encendió todas las alarmas. Felipe no fue informado, no revisó borradores, no dio su consentimiento. Se enteró por la editorial y, al leer parte del contenido, comprendió que aquello podía reabrir viejas heridas: escándalos financieros, amistades comprometedoras, episodios oscuros que la monarquía intenta dejar atrás.
Un reproche directo y una respuesta que no cambia nada
Tras intentos discretos por frenar la publicación, Felipe decidió actuar de forma poco habitual. Cogió él mismo el teléfono y habló con Debray. La frase que le dirigió fue tan contundente como personal: “Te aprovechas de un hombre mayor”. Con esas palabras quiso remarcar la fragilidad de su padre, un hombre afectado por el desgaste físico y emocional de los últimos años, y rodeado de rumores sobre un posible deterioro cognitivo.
Debray respondió con serenidad. Considera que su obra es un acto de lealtad, una forma de preservar la voz del emérito y permitirle contar su versión sin filtros. No ve manipulación, sino compromiso. Y Juan Carlos, lejos de sentirse cuestionado, celebra que alguien recoja su legado antes de que otros lo definan por él.
Mientras tanto, Felipe VI lidia con el desafío más complejo: proteger a la institución sin romper los frágiles lazos familiares. Y en esa batalla silenciosa, cada palabra pesa más que cualquier gesto público.