Felipe VI fue extremadamente duro con su padre, Juan Carlos I, mancha la comida en familia en El Pardo
Tensiones familiares y gestos silenciosos marcan un reencuentro esperado en El Pardo
La reciente reunión familiar en el Palacio de El Pardo, convocada con motivo del 50.º aniversario de la monarquía española, pretendía transmitir unidad. Sin embargo, la realidad ha evidenciado que las heridas entre Felipe VI y Juan Carlos I siguen muy presentes. El almuerzo familiar, el primero en más de dos años con toda la familia real reunida, ha acabado dejando un sabor agridulce.
Para empezar, aunque Juan Carlos asistió al evento, no ha participado en los actos institucionales relacionados con la efeméride; su presencia fue reservada exclusivamente al ámbito privado. Y, quizá más revelador aún: nada más terminar la comida, el rey emérito se marchó. No durmió en Zarzuela ni en El Pardo, a pesar de haber viajado desde Abu Dabi.
Este comportamiento ha sido interpretado por muchos como una señal más del distanciamiento entre padre e hijo. Aunque la Casa Real había permitido visitas puntuales y discretas a la Zarzuela, incluso pernoctaciones en ocasiones anteriores, tras su abdicación, en esta ocasión se impuso una barrera definitiva.
Distancia fría en un reencuentro esperado
La comida en El Pardo se convirtió en un escenario cargado de tensiones latentes. A pesar de la presencia de casi 50 familiares, la atmósfera no pareció relajada. Numerosos medios coinciden en señalar que Felipe VI y Juan Carlos I “no se dirigieron la palabra en toda la noche”.
Este gesto, o más bien, esta falta del mismo, dice mucho más de lo que cualquiera explicaría con palabras. Habla de una relación rota, de diferencias irreconciliables, y de una estrategia clara por parte del rey para marcar distancia con su progenitor. La imagen pública, el símbolo de unidad y continuidad, se mantiene, pero la realidad detrás de puertas cerradas es otra muy distinta.
Que Juan Carlos no pasara la noche en palacio, optando por un alojamiento externo o un traslado inmediato tras la comida, es un gesto simbólico demasiado relevante como para pasarlo por alto. Refuerza la idea de que Felipe ha cerrado, al menos en parte, las puertas de la intimidad familiar. El almuerzo en El Pardo, lejos de ser el emotivo reencuentro que muchos esperaban, se convirtió en una fotografía de familia con grietas, en la que la dignidad institucional se impuso a la cercanía afectiva.
Este episodio deja claro que la reconciliación, anunciada incluso con ceremonias formales y libros de memorias por parte de Juan Carlos I, está lejos de consumarse. Y quizá para Felipe VI, eso es parte de su idea de preservar la Corona: firme, distante y sin recordatorios incómodos del pasado.