El cabo Cabello y el teniente coronel Mochi comunican a sus hijos que el estado de Juan Carlos I se agrava

La movilidad del emérito se ha convertido en su mayor problema

A pesar de que en Abu Dabi a Juan Carlos I no le falta absolutamente de nada, lo cierto es que ni todo el lujo del mundo le está sirviendo para encontrar un mínimo de paz. Porque cuando la salud falla, todo lo demás pasa a segundo plano. Y en el caso del emérito, lo que era un retiro dorado se ha convertido en una especie de purgatorio en el que se siente solo, derrotado y con la mirada puesta en un futuro que cada vez pinta peor. Algo que ya se ha transmitido a Zarzuela.

En este sentido, aunque la infanta Elena y la infanta Cristina hacen lo posible por viajar hasta Emiratos Árabes para visitarle, la realidad es que sus visitas son esporádicas y no llenan el vacío diario que siente Juan Carlos I. Las únicas personas que realmente están con él, día tras día, son el cabo Cabello y el teniente coronel Mochi, quienes, por orden expresa del emérito, se trasladaron con él a Abu Dabi para estar disponibles las 24 horas del día y ejercer de contacto con Casa Real.

Monhi y Cabella, los hombres de confianza del emérito

Y es que estos dos hombres se han convertido en el apoyo imprescindible del padre de Felipe VI. Ellos son quienes le ayudan a moverse cuando los dolores no le dejan ni ponerse en pie, quienes le empujan en la silla de ruedas cuando su cuerpo no responde, y quienes soportan, en silencio, los lamentos de un Juan Carlos que se enfrenta al dolor físico con un carácter cada vez más irascible y con la conciencia de que su cuerpo está cediendo a una velocidad que ni él imaginaba.

Así pues, ante esta situación, tanto Cabello como Mochi han comenzado a alertar discretamente a Zarzuela. Informan de que el deterioro de Juan Carlos I es ya evidente y que su calidad de vida se está desplomando, atrapado entre dolores y la impotencia de no poder hacer las cosas más básicas sin ayuda.

Porque aunque en público se empeñe en aparecer sonriente en Sanxenxo o en algunos actos puntuales, la realidad es que en privado, el emérito vive días de sufrimiento constante y de soledad. Y los que le cuidan saben que, si las cosas siguen así, el regreso a España no será por voluntad propia, sino por pura necesidad.