Charlene de Mónaco lanza un órdago a Alberto II, debe elegir entre ella y su hijo
Alexandre Grimaldi no va a ser bienvenido en el Palacio
En el principado de Mónaco el verano ha terminado dejando tras de sí no solo imágenes de glamour y postales perfectas, sino también una tensión cada vez más evidente dentro del palacio. La relación entre Charlene de Mónaco y Alberto II vuelve a estar marcada por la sombra de Alexandre Grimaldi, el hijo extramatrimonial del soberano. Una presencia que la princesa no está dispuesta a tolerar y que, según fuentes cercanas, ha desembocado en un ultimátum: “o ella o él”.
La situación no es nueva, pero este final de verano ha hecho más visibles que nunca las grietas en el matrimonio. Mientras Alexandre, de 21 años, comienza a reclamar un lugar más activo en la vida pública, su padre lo mira con orgullo y con el deseo de integrarlo al menos en ciertos círculos sociales del principado. Para Charlene, sin embargo, esto es inaceptable. La princesa quiere proteger a toda costa el espacio reservado a Jacques y Gabriella, los mellizos nacidos de su matrimonio, y no está dispuesta a compartir protagonismo con el hijo de otra mujer.
Charlene detesta al hijo ilejítimo de su marido
La realidad es que Nicole Coste, madre de Alexandre, sigue siendo un fantasma incómodo en la vida de Charlene. Pese a los años transcurridos desde que se destapó la relación con el príncipe, la herida nunca terminó de cerrarse. Cada vez que Alexandre aparece públicamente, reaparece también esa sensación de traición y de amenaza para la estabilidad familiar. Y es que, aunque la ley de Mónaco es clara en cuanto a la sucesión —solo los hijos nacidos dentro del matrimonio tienen derecho a heredar la Corona—, el peso simbólico del joven Grimaldi no se puede obviar.
De este modo, la tensión ha escalado hasta el punto de forzar a Alberto II a una disyuntiva que se antoja insostenible: apoyar la integración de su hijo mayor en la vida institucional o mantener la paz en su matrimonio. Quienes conocen bien a Charlene aseguran que la princesa no cede, que ve en Alexandre un riesgo para la estabilidad de sus propios hijos y que no aceptará su presencia ni en actos oficiales ni en la intimidad del palacio.
Así pues, lo que parecía una familia unida bajo el brillo de Mónaco se enfrenta a un dilema doloroso. El príncipe debe elegir entre su papel de padre y la tranquilidad conyugal, entre reconocer abiertamente a Alexandre o mantenerlo en la sombra. Una decisión que marcará no solo el equilibrio de la casa Grimaldi, sino también la imagen que el soberano proyecte en los próximos meses.