Charlene de Mónaco, acusada de ser mala madre por Carolina de Mónaco

Charlene no ha podido estar siempre cerca de sus hijos

El silencio del Palacio Grimaldi vuelve a romperse con un rumor que sacude a la familia soberana: Carolina de Mónaco habría puesto en duda el papel de Charlene como madre de los mellizos Jacques y Gabriella. Una acusación velada, pero contundente, que abre de nuevo la herida más delicada del principado: la distancia entre los niños y la mujer que debería haber sido su referente.

Desde el inicio de su matrimonio con Alberto de Mónaco, la vida de Charlene ha sido un mosaico de ausencias, rumores y sombras. Largas estancias fuera del país, supuestas crisis de salud y una frialdad pública con sus hijos han alimentado la percepción de que nunca logró encajar en el rol maternal que se esperaba de ella. Y es que, mientras Charlene desaparecía, alguien tenía que ocuparse de los pequeños. Ese alguien, según todas las miradas, fue Carolina, siempre firme, siempre presente.

Carolina ha hecho las labores de madre

La hermana del príncipe ha acompañado a los mellizos en momentos clave, los ha llevado a actos oficiales y ha ejercido una cercanía que pocos atribuyen a Charlene. Fuentes cercanas aseguran que Carolina no se ha limitado a “ayudar”, sino que ha asumido de hecho la función que su cuñada dejó vacía. Y en la intimidad del círculo más próximo, no ha dudado en verbalizar lo que muchos piensan: que Jacques y Gabriella han crecido bajo su ala, no bajo la de su madre biológica.

De este modo, la tensión se ha instalado en el corazón del principado. Alberto, atrapado entre su lealtad a su esposa y la evidencia de la implicación de su hermana, intenta mantener el equilibrio. Pero la realidad es que los niños han encontrado en Carolina un sostén estable que Charlene nunca les ofreció. Cada fotografía en la que se ve a los mellizos aferrados a su tía parece dar más fuerza a esa narrativa incómoda: la de una madre ausente y una sustituta involuntaria.

Así pues, el reproche de Carolina no es un simple comentario familiar, sino un golpe directo a la imagen de Charlene, que ya cargaba con una reputación frágil. En Mónaco, donde cada gesto se mide al milímetro, la idea de que la princesa consorte ha fallado en su rol más íntimo —el de madre— podría ser el juicio más devastador de todos.