Casa Real sospecha que Juan Carlos I está perdiendo la cabeza, tiene lapsus, demencia senil

Un momento delicado que mantiene a la familia pendiente de la evolución del emérito.

El rey emérito Juan Carlos I atraviesa un periodo físico especialmente delicado. A pocos meses de cumplir los 88 años, sus limitaciones se han hecho más visibles y su entorno reconoce que su día a día es más complejo que nunca. Aunque ha pasado por varias intervenciones cardiacas y lleva un marcapasos que requiere seguimiento constante, su mayor dificultad es la movilidad. La artrosis severa que arrastra desde hace años ha ido endureciendo sus articulaciones hasta afectar de manera seria su pierna izquierda.

Los médicos insisten en que debería recurrir a una silla de ruedas para evitar riesgos, pero él se resiste. No quiere que el público lo perciba como dependiente, y en cada aparición intenta mostrar fortaleza apoyándose en su bastón o incluso en su equipo de seguridad. Ha probado terapias de medicina regenerativa con células madre y plaquetas, esperanzado en recuperar agilidad, pero sin el resultado esperado.

Su residencia en Abu Dabi, que implicaba largos desplazamientos en avión, se ha convertido en un problema. Sus hijos han recibido recomendaciones médicas claras: esos viajes ya no son adecuados para su edad ni su estado. Por eso, la familia habría impulsado su traslado definitivo a Portugal, donde estaría viviendo ahora, en la zona de Cascais. Allí, al menos, podría mantenerse más cerca de España y evitar vuelos interminables que agravan su cansancio físico.

Lapsus, olvidos y una creciente inquietud en la familia

Más allá de lo físico, lo que realmente mantiene en vilo a la Casa Real son algunos episodios que han encendido las alarmas. Según diversas fuentes cercanas, Felipe VI y sus hermanas, Elena y Cristina, habrían solicitado varias reuniones con especialistas para evaluar los recientes lapsus del emérito. No se habla de diagnósticos cerrados, pero sí de preocupaciones que llevan meses sobre la mesa.

Los hijos del rey han observado comportamientos que no eran habituales en él: olvidos repentinos, confusión al identificar personas de su entorno e incluso momentos en los que pierde el hilo de conversaciones sencillas. Estos episodios alimentan la posibilidad, manejada con discreción, de un deterioro cognitivo propio de la edad, una hipótesis que algunos analistas como Zarzalejos han comentado en medios, aunque siempre desde la prudencia.

La familia, profundamente unida en esta etapa, teme que estos síntomas sean el inicio de una decadencia más seria. Por eso buscan garantizarle un entorno estable, menos exigente y más cercano. El traslado a Portugal no solo obedece a razones médicas, sino también a la necesidad emocional de acompañarlo en un momento decisivo.