Carlos III y el Príncipe Guillermo han manchado el honor de Buckingham

Buckingham ha estado perdiendo todo el prestigio que tenía

El palacio de Buckingham, durante siglos emblema indiscutible de la monarquía británica, se tambalea hoy bajo el peso de la indiferencia de quienes deberían custodiar su esencia. Lo que en otro tiempo fue el corazón palpitante de la corona, el escenario de nacimientos reales, de fastuosos banquetes y de decisiones históricas, se ha transformado en un símbolo incómodo que tanto Carlos III como el Príncipe Guillermo rechazan habitar. Con la muerte de Isabel II, aquel hogar cargado de memorias se ha convertido en un espacio vacío, lleno de habitaciones desiertas y un eco que revela el abandono.

Y es que los príncipes de Gales han dado un paso que muchos interpretan como traición a la tradición. En lugar de preparar su llegada triunfal a Buckingham, han decidido instalarse en Forest Lodge, un retiro rodeado de bosques en Windsor. Una elección que no es provisional, sino definitiva, y que lanza un mensaje claro: no quieren ser parte de la vida en el palacio que representa, más que ningún otro, la continuidad de la monarquía.

Nadie quiere estar en Buckingham

De este modo, Carlos III tampoco escapa a esta paradoja. El monarca prefiere el calor de Clarence House, su refugio personal, el mismo donde construyó una vida junto a Camila. Allí ha invertido millones, allí se siente en casa, mientras que Buckingham apenas representa para él un despacho frío, un lugar de paso. Su negativa a mudarse consolida la percepción de que la realeza británica ha dado la espalda al símbolo más grande de su propia historia.

La realidad es que este rechazo coincide con la multimillonaria reforma del palacio, una obra de más de 400 millones de euros que lo mantendrá en obras hasta, al menos, 2027. Una excusa perfecta para que los Windsor se replanteen su función, relegándolo a un simple escenario institucional. Los rumores apuntan a que pronto será tan solo una sede ceremonial, el gran decorado de la corona, pero sin alma ni vida familiar.

Así pues, el palacio que Victoria convirtió en hogar en 1837 y que Isabel II abrió al pueblo como icono moderno corre el riesgo de perder su razón de ser. Porque un palacio vacío no es solo un edificio: es la metáfora de una monarquía que ha dejado de creer en sus propios símbolos, manchando el honor de Buckingham y cuestionando su futuro en pleno siglo XXI.