Carlos III ha estado explotando a los trabajadores de su jardín

Acusan a Carlos III de tener unas exigencias insoportables

Lo que para las cámaras es un paraíso floral digno de postal, para quienes lo cuidan a diario es un auténtico infierno. Los jardines de Highgrove House, la adorada finca rural del rey Carlos III, ocultan una realidad muy alejada de esa imagen bucólica con la que el monarca presume de sostenibilidad y amor por la naturaleza. Y es que, según han denunciado varios exempleados, el entorno laboral en Highgrove es tan asfixiante como impecables lucen sus rosales.

De este modo, 11 de los 12 jardineros que trabajaban allí desde 2022 lo han dejado. Todos con el mismo motivo: no podían soportar más la presión constante que les imponía Carlos III, los sueldos ridículos y el trato despótico del nuevo rey. Carlos, obsesionado con cada centímetro de tierra, impone un régimen casi militar en sus jardines, enviando órdenes por escrito con exigencias tan minuciosas como delirantes.

Carlos III y su obsesión por la perfección

Y es que Carlos III controla personalmente cada hoja y cada flor, corrige con severidad cualquier error y no perdona ni una equivocación en latín. “Quiero a ese hombre fuera de mi vista para siempre”, llegó a decir tras un fallo en la identificación de una planta, según relatan antiguos trabajadores. Otro fue reprendido con una nota en rojo que solo decía: “¡No!”, por confundir el nombre de un arbusto japonés. Todo por menos de nueve libras la hora, en jornadas sin apoyo ni recursos suficientes.

La situación se volvió tan insostenible que en 2023 Carlos III propuso sustituir al personal por refugiados ucranianos con experiencia en jardinería. Una medida que fue interpretada como un intento de reducir aún más los costes sin mejorar las condiciones laborales existentes. Para los jardineros, aquello fue la gota que colmó el vaso.La historia no es nueva. Ya en el libro Rebel Prince se contaba cómo el Rey Carlos III obligaba a tumbarse boca abajo a sus empleados para arrancar malas hierbas a mano, prohibía el uso de pesticidas y mandaba hacer batidas nocturnas con linternas para cazar babosas.

Así pues, aunque los jardines de Highgrove sigan luciendo como una obra de arte, lo que crece bajo sus flores no es belleza, sino una larga lista de renuncias, frustraciones y silencios rotos.