Messi se enfrenta a su destino en el altar a Maradona

Las estrella culé y su equipo lo temen

Haga lo que haga Messi nunca llegará a estar a la altura del Diego. Eso es así en multitud de estampas en el país que comparten y sobre todo en Nápoles, donde el 10 clásico elevó a la Argentina desesperada a la categoría de emperadora del fútbol mundial en México 86, para justo después aterrizar a los pies del Vesubio y vestir de oro el sur de Italia con dos Scudettos, una Copa, una Supercopa y una UEFA (de las de antes) y con un equipo en el que él era el alfa y el omega. Eso Messi no lo hizo nunca. Y 30 años después del adiós de Maradona a tierras transalpinas, su sucesor deja el avión esta noche (21.00, hora española) rumbo a San Paolo para enfrentarse directamente con su destino y en tierra maradoniana; enfrente, los miedos de Roma y Liverpool, y la sombra del que para muchos sigue siendo, pese a todo, el mejor de todos los tiempos.

Messi y Maradona son genios tan indiscutibles como incomparables, porque sus épocas son diferentes, antagónicas. El balompié en el que creció Diego era tan bestial y sus campos de juego tan abruptos que Messi nunca habría podido existir en él. No como lo conocemos. En aquellas épocas ni se protegía las piernas de los dioses ni se dejaban prisioneros, fueran o no divinidades. El balón no flotaba sobre tapetes, sino que vibraba diabólicamente al roce de canchas embarradas, embachadas, con calvas, arena y charcos que hacían de la superficie de contacto con las botas un ecosistema hostil. Y en el que los tacos de aluminio apuntaban alto, duro, contundente. Maradona vivió esquivando la muerte.

Y le cazaron en más de una ocasión. Lo lesionaron de gravedad varias veces con entradas que, efectivamente, son de otra época. Todo ha cambiado. Por no hablar de más, no lo haremos de aquello que desvirtúa la comparación: el profesionalismo que ha elevado el fútbol a otro nivel médico y mediático, del equipamiento, del seguimiento, la nutrición, la tecnología, el rendimiento… En definitiva el balompié de Maradona es el romántico deporte que se contrapone con el producto moderno en el que Messi es el indiscutible rey. A Messi le va a perseguir siempre Maradona porque el 10 del Napoli fue un futbolista, cuando quiso, de una precisión y una gambeta indescifrable, genial, única. Messi es el rey por prácticamente lo mismo, pero en el Barcelona de las estrellas y el fútbol de las alfombras verdes.

Messi lo sabe y nunca toma partido, sigue su estela, la que nadie puede seguir hoy en día, ni siquiera Cristiano Ronaldo. Eso sí, el 10 del Barça sabe que San Paolo es especial, es la casa de Maradona. Y ni siquiera eso perturba a Messi. Lo que sí le hace levantar las orejas, estar concentrado e incluso sentir respeto por el escenario es la posibilidad del abismo que se abre en Champions League. Ahora que el Madrid está contra las cuerdas y que han recuperado el liderato, llegan a la competición más prestigiosa con la vista puesta en el Olímpico, en Anfield… Y el Barça tiembla. Lo hace ante la perspectiva de caer eliminados, un año más. Y, claro, asoman los fantasmas de Maradona y Origi; de Manolas...

Messi, comienzo y fin culé, no quiere que ocurra nada de eso pero a veces ni el dios actual puede cambiar su destino, que a la vez es el del Barça…